Cuando uno se abre paso entre los huertos de aguacate que tapizan las laderas de Uruapan comprende al instante por qué el municipio presume ser la capital mundial del fruto verde. Sin embargo, tras el brillo exportador se acumulan presiones sobre suelo, agua y mano de obra que ya no caben debajo de la alfombra. Con ese telón de fondo, doce empresas —de empacadoras familiares a firmas con sellos globales— aceptaron abrir sus puertas entre julio y diciembre de 2010 para que midiéramos, sin maquillaje, su responsabilidad social.
La herramienta fue un Índice de Responsabilidad Social Empresarial basado en el modelo de CEMEFI y ponderado con Analytic Hierarchy Process. Evaluamos cuatro ámbitos: calidad de vida, ética interna, vínculo con la comunidad y medio ambiente, desglosados en ciento veinte indicadores binarios. El promedio global arrojó 0.52 sobre uno; suficiente para seguir vendiendo, insuficiente para dormir tranquilo. La dimensión mejor calificada fue la calidad de vida (0.63), reflejo de contratos formales, cobertura médica y programas de alfabetización. En contraste, la relación con la comunidad (0.23) y el medio ambiente (0.24) se quedaron muy por debajo de lo aceptable.
Esa brecha explica la paradoja del aguacate michoacano: fama planetaria acompañada de constantes señalamientos por tala y conflictos sociales. Tres compañías, pese a su tamaño modesto, alcanzaron puntajes altos gracias a alianzas con organizaciones locales y al uso de energía solar, demostrando que la escala no es excusa. Los entrevistados reconocen que la presión de supermercados y consumidores jóvenes ya se traduce en precios diferenciados: quien documente buenas prácticas negocia un premium de hasta diez por ciento y asegura contratos de largo plazo; quienes se rezagan pagan auditorías extras y arriesgan vetos si se viraliza un reporte ambiental negativo.
La buena noticia es que el margen de mejora está a la vista. Muchas firmas podrían subir un peldaño simplemente documentando lo que ya hacen —salud ocupacional, reciclaje de agua— y publicándolo en un informe GRI. Pero el salto competitivo real exige salir de la filantropía dispersa y avanzar hacia un sello verde sectorial, invertir en riego por goteo y pactar con las comunidades un programa de reforestación que recupere el bosque mesófilo perdido.
El estudio recomienda reaplicar el índice cada dos años, transparentar los avances mediante reportes públicos y constituir un fondo colectivo para proyectos sociales y ambientales. Lo que está en juego no es solo la reputación del aguacate, sino la estabilidad de miles de familias y la salud de un ecosistema único que, de agotarse, dejaría sin futuro a la joya verde de Michoacán.